He dado este desahogo en la vida real o en chats grupales varias veces en los últimos 4 meses, pero la publicación de hoy de @goodalexander me impulsó a formalizar un poco mis pensamientos. COVID y la Bola de Demolición del Dólar La pandemia de COVID-19 catalizó una de las expansiones monetarias y fiscales más agresivas en la historia de EE. UU. Entre febrero de 2020 y principios de 2022, EE. UU. aumentó su oferta monetaria M2 en más del 40%, inyectando billones en liquidez en el sistema financiero a través de cheques de estímulo (~$814B), el Programa de Protección de Cheques ($800B+) y rescates corporativos. Si bien el objetivo declarado era la estabilización interna, las consecuencias globales fueron profundas. Gran parte de esta nueva liquidez regresó a los mercados financieros de EE. UU. a través de la rehypotecación por parte de grandes instituciones, fondos de cobertura y contrapartes multinacionales. El resultado: un auge de activos centrado en EE. UU., pero también un shock inflacionario global. Debido a que gran parte del mundo sigue estructuralmente dependiente del dólar, a través de la facturación comercial, reservas de divisas, precios de materias primas y deuda denominada en USD, este aumento de liquidez exportó inflación a través de las fronteras. Las monedas de los mercados emergentes colapsaron bajo el peso dual de las salidas de capital y las crecientes obligaciones en dólares. Países como Argentina, Turquía, Egipto y Sri Lanka vieron devaluaciones de moneda de dos dígitos y un IPC descontrolado (FMI WEO). El término “bola de demolición del dólar” describe este ciclo de retroalimentación. La expansión monetaria de EE. UU. aumenta la liquidez del dólar a nivel global. El capital persigue activos de EE. UU. Los mercados emergentes enfrentan salidas, presión de divisas e inflación de importaciones. Las respuestas políticas en el extranjero se retrasan o fallan. El dólar se fortalece aún más. En resumen, EE. UU. exportó inflación e importó apreciación de precios de activos.
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