La mejor comida en un avión que he tenido fue en camino a una guerra. Fue unos días después del horror del 10/7 y casualmente estaba en Lisboa por negocios. Decidí que necesitaba escapar de la matriz del tecnocapitalismo para tener un atisbo de la dura realidad y de alguna manera conseguí un asiento en un vuelo de El Al a Tel Aviv (a pesar de que cada israelí estaba en pánico por regresar). El Al tiene esta subasta de mejoras donde puedes pujar por clase ejecutiva, así que por impulso ofrecí $50 y lo conseguí. La clase económica estaba llena, pero la clase ejecutiva estaba completamente vacía. El asistente, completamente aburrido y con el vínculo post-ataque establecido, merodeaba y discutimos la situación mientras me ofrecía comida y bebida. Después de descorchar un caro vino tinto (Domaine du Castel, Judean Hills) y servirme un sorprendentemente buen filete, me pregunta: “¿Quieres el plato de pescado también? Solo se desperdiciará.” Llegó el pescado, y también el plato vegetariano. Debo haberme acabado al menos una botella de vino. Salí del avión completamente lleno y un poco ebrio, para encontrarme con un conductor que me llevaría al Enclave de Gaza y a un desfile de horrores: coches cubiertos de sangre y llenos de balas aún bloqueando las carreteras, kibutzim exuberantes quemados hasta los cimientos con familias enteras asesinadas o secuestradas, y una nación movilizándose rápidamente para otra guerra más. Esa comida con un asistente aburrido y charlatán en una clase ejecutiva vacía en camino a una tragedia épica se destaca como *la* mejor experiencia de comida a bordo en una larga lista de ellas.