En un juego de tontos mayores, nada es orgánico porque su esencia es la persuasión, no la verdad. Para que funcione, los primeros jugadores deben infundir convicción en aquellos que vienen después de ellos, pero esa convicción es ingenierizada, no nacida. Cuando el producto en sí depende de encontrar a un tonto mayor, la autenticidad es la primera víctima.
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