Hay un día en la historia de Nueva York, un día en la historia de Estados Unidos, cuando todas las diferencias desaparecieron. La política no importaba. De dónde venías no importaba. Lo único que importaba era nuestra ciudad, nuestra nación y las personas que la llaman hogar. Ese día fue el 11 de septiembre de 2001. Los neoyorquinos se convirtieron en una sola familia. Extraños llevaban a extraños por las escaleras. Los vecinos abrían sus puertas a personas que nunca habían conocido. Y nuestros primeros respondedores, nuestros bomberos, policías y EMTs, se lanzaron al peligro sin dudar. Muchos nunca regresaron. Dieron sus vidas para que otros pudieran vivir. Hoy, los recordamos. Recordamos las vidas inocentes truncadas. Y recordamos el espíritu de Nueva York, la resiliencia, el coraje, el amor, que surgió del humo y las cenizas. En este día, nos unimos una vez más como una sola ciudad, un solo pueblo, unidos en memoria y en fortaleza.