Cuando perdí a mi papá hace 13 años, pensé que su ausencia física sería el dolor más difícil que enfrentaría. En cambio, fue la impermanencia de mis recuerdos de él lo que me golpeó en el estómago. Cuando falleció, tenía toda una vida de recuerdos con él que podía ver, oír, sentir y oler. Pero más de una década después, lo que recuerdo de él está disminuyendo. Y a veces incluso me pregunto: "¿Son estos recuerdos recuerdos reales?" Aunque no puedo retroceder el reloj, me prometí a mí mismo que haría todo lo posible por estar presente en los momentos grandes y pequeños, y por capturar y revivir los momentos que importan tanto como sea posible. Así que cada día, ya sea mientras estoy sentado en el sofá sosteniendo a mi niña o sentado en la cocina trabajando, miro cualquier imagen que decida revelarse en este marco digital—y me transporto. Me siento tan agradecido por la oportunidad de revivir algunos de los momentos más preciosos de la vida. Pero también un toque de dolor, sabiendo que los recuerdos de mi papá se me escapan entre los dedos.