En el Mediterráneo abierto, más de 100 velas se desplegaron como alas blancas, solo viento y voluntad. Las familias israelíes, los seres queridos de los rehenes, se pararon en el bote central mientras la flota los rodeaba lentamente, banderas azules y blancas que se rompían en lo alto: el azul del mar, el azul del río, el Magen David brillando en el medio. Esto no fue una protesta; era reverencia: por el dolor llevado, por el aumento de la resistencia, por un pueblo que navegaba directamente hacia el infinito. Cada ola que nos levantaba levantaba nuestra esperanza. ¡Amor fuerte como un trueno!