Esta semana se sintió como toda una vida... Hace unos días estuve en una reunión con un ministro de Justicia europeo cuando se supo que Israel había atacado a Qatar. Esa noche presenté entrevistas sobre los ataques, solo para despertarme más tarde con alertas de drones rusos que ingresaban a Polonia. Al día siguiente, mientras terminaba una entrevista sobre Gaza, llegó la noticia de que Charlie Kirk había recibido un disparo. Poco después, el expresidente Bolsonaro fue sentenciado a 27 años de prisión, lo que muchos, incluida la administración Trump, califican de caza de brujas política. En el mismo lapso, Israel bombardeó Gaza, Líbano, Yemen y Siria, y dos flotillas de ayuda a Gaza fueron alcanzadas en aguas tunecinas. Jerusalén sufrió un ataque terrorista. Y Nepal vio una revolución que derrocó a su gobierno. Este es el mundo en el que vivimos. La preocupación no es solo la escala de los eventos, sino la rapidez con la que se acumulan uno encima del otro hasta que el shock se convierte en rutina. Al mismo tiempo, la humanidad se enfrenta al surgimiento de una nueva inteligencia, una que pronto puede ser más inteligente que nosotros. Estamos entrando en una era de agitación constante mientras el suelo mismo se mueve bajo nuestros pies. La pregunta es simple: ¿Cómo nos preparamos para una realidad en la que el conflicto, el colapso y el cambio rápido ya no son excepciones, sino la regla?