Nadie ha dicho que una flor deba convertirse en un girasol o en una rosa. Desde tiempos antiguos ha existido una forma de pensar arraigada, que nos enseña a compararnos demasiado, a ser como alguien, como algo, como una forma reconocida. Pero cada vez me doy cuenta de que la mayoría de las flores en el mundo florecen en silencio y se marchitan sin hacer ruido, sin pelear por un lugar, ni robar el brillo. No necesitan ser vistas, y aún así son flores. Las flores no son llamativas, pero eso no las hace débiles, simplemente crecen a su propio ritmo y en su propia forma. No es necesario vivir como un molde, ni competir en una determinada pista. Lo que se convierte en uno no es importante, lo importante es florecer cómodamente.