The New York Times cuenta la historia de dos hombres. Uno es un estadounidense de clase trabajadora rural de Minnesota que ha vivido toda su vida en el mismo pueblo y trabaja en la misma fábrica que su padre. Nunca ha sido arrestado, entrena béisbol y da clases en la escuela dominical los fines de semana. El otro es un inmigrante ilegal de Guatemala que robó su identidad para poder trabajar en Estados Unidos: alguien con tres deportaciones previas, múltiples arrestos por conducir bajo los efectos del alcohol, cuatro bebés ancla y una vez tuvo un accidente de coche que mató a un hombre de 68 años. El estadounidense se vio obligado a pagar miles de dólares en impuestos al IRS en nombre del inmigrante ilegal usando su nombre y número de la seguridad social, algo que le ocurre a millones de estadounidenses cada año. Pero según nuestra clase mediática de izquierdas, ambos hombres son víctimas y merecen vuestra simpatía.