Voy a cumplir 41 años, pero no tengo ganas de celebrar. A nuestra generación se le está acabando el tiempo para salvar el Internet gratuito construido para nosotros por nuestros padres. Lo que una vez fue la promesa del libre intercambio de información se está convirtiendo en la última herramienta de control. Los países que alguna vez estuvieron libres están introduciendo medidas distópicas como identificaciones digitales (Reino Unido), controles de edad en línea (Australia) y escaneo masivo de mensajes privados (UE). Alemania está persiguiendo a cualquiera que se atreva a criticar a los funcionarios en Internet. El Reino Unido está encarcelando a miles de personas por sus tuits. Francia está investigando penalmente a los líderes tecnológicos que defienden la libertad y la privacidad. Un mundo oscuro y distópico se acerca rápidamente, mientras dormimos. Nuestra generación corre el riesgo de pasar a la historia como la última que tuvo libertades y permitió que se las quitaran. Nos han alimentado con una mentira. Nos han hecho creer que la mayor lucha de nuestra generación es destruir todo lo que nuestros antepasados nos dejaron: tradición, privacidad, soberanía, libre mercado y libertad de expresión. Al traicionar el legado de nuestros antepasados, nos hemos puesto en un camino hacia la autodestrucción: moral, intelectual, económica y, en última instancia, biológica. Así que no, no voy a celebrar hoy. Se me está acabando el tiempo. Se nos está acabando el tiempo.