El 28 de mayo de 2021, corrí por mi vida por las calles del centro de Portland, Oregón. Antifa me había descubierto trabajando encubierto después de que uno de sus miembros, John Hacker, me expusiera a la mafia. Grité pidiendo ayuda mientras huía, pero los conductores y peatones miraron hacia otro lado. Todos los negocios estaban cerrados, restos de la destrucción en curso de los disturbios de BLM-Antifa de 2020. No había ningún lugar a donde correr, ningún lugar donde esconderse. Me atraparon. Antifa me derribó al suelo, desgarrándome el tendón de la rodilla en el proceso mientras me deslizaba por el pavimento. Me golpearon una y otra vez y trataron de estrangularme. Apenas logré tropezar con @theNinesHotel, rogando al personal que llamara al 911. En cambio, intentaron obligarme a salir y me dijeron que usara una máscara Covid. Me tiré al suelo, negándome a moverme, suplicando que llamaran a la policía. Se negaron. Afuera, Antifa se reunió. Una de sus cabecillas, Elizabeth Richter, la mujer rubia, comenzó a reunir a la multitud. Llamó a otros en una transmisión en vivo para que vinieran a acabar conmigo. Entró al hotel y me amenazó. Antifa también intentó entrar en el hotel. Escapé solo saltando a un ascensor con un huésped del hotel. Después de eso, me llevaron en ambulancia al hospital con un guardia policial. Estaba empapado en mi sangre. En las redes sociales, Antifa inmediatamente comenzó a tratar de rastrear en qué hospital estaba, con la esperanza de terminar el trabajo. Tan pronto como me dieron de alta, tuve que huir de Portland. Me mudé entre casas seguras en diferentes estados. La búsqueda de Antifa por mí estaba lejos de terminar. @PortlandPolice cerraron el caso unas semanas después, diciendo que no podían identificar a nadie. Nunca arrestaron a nadie, como en 2019 cuando me golpearon hasta el punto de que me sangró el cerebro.