Eran las 4 de la tarde de un sábado cuando el ADN acumulado en el piso de la sauna de Garry Tan cobró vida. Surgió por un rayo. Observé desde la carretera cómo un golem de semillas de 200 pies se elevaba desde el edificio, haciéndolo añicos como una cáscara de huevo. Se congeló y rugió con un ceceo.
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