Las chicas de octavo grado no deberían tener que suplicar por su privacidad, pero lo hacen. Las figuras de autoridad adultas no deberían ignorar sus súplicas y considerarlas con desdén como opresores crueles cuyas súplicas no cuentan para nada, pero lo harán. Las instituciones educativas, políticas, legales y médicas del mundo occidental les han instado a hacer exactamente eso.