Esta mañana entré en mi cafetería habitual. Estaba vacía. El barista estaba dibujando. Como lo veo todos los días, me sentí con permiso para ser curioso y le pregunté qué estaba dibujando. Me mostró diseños para una marca de moda en la que estaba trabajando. Los bocetos eran increíbles, de otro mundo. Me explicó esta visión elaborada y ambiciosa para trajes modernos. Cada prenda estaba intrincadamente dibujada a mano, hasta la elección del material y las costuras. Me quedé impresionado. Hablamos durante unos 30 minutos. Aprendí más sobre su plan e incluso me comprometí a hacer un pedido anticipado. Fue inspirador. Cuando terminamos, le pregunté si alguna vez usó AI para renders, sugiriendo que podría ser una forma fácil de prototipar cómo caen, giran y se estiran sus elecciones de tela. Él se burló y hizo un esfuerzo activo por expresar su disgusto. ¿Perdón, qué? Internet te ha entregado superpoderes en una bandeja de plata. ¿Por qué alguien rechazaría eso? Lo miré con admiración hace 2 segundos. Y ahora mi impresión de él se degradó instantáneamente. Odio a ese tipo.