Los jóvenes de la derecha no están comprando el viejo himno de la era Reagan de "el mercado libre no puede hacer nada malo". Hemos visto cómo "la mano invisible" ha vendido nuestras fábricas al postor chino más bajo, ha importado mano de obra barata para socavar nuestros salarios y luego nos dice que celebremos el PIB mientras nuestros condados se descomponen. Un mercado sin lealtad a su gente no es más que un bloque de subastas. Las Escrituras nos dicen que el trabajo del Estado es "ejecutar la ira sobre el malhechor" (Rom 13) y ser "un terror para el mal". Cuando el gobierno abandona esa vocación para actuar como mensajero de las corporaciones multinacionales, los resultados son las fronteras abiertas, las autopistas de fentanilo y las cuotas de contratación anti-blancas que vemos hoy. Si tu hoja de cálculo te dice que cierres una fábrica en Youngstown para que una junta pueda aumentar los márgenes en una décima de porcentaje, prepárate para encontrar otro país. Nuestros antepasados construyeron este y no está en venta.